La palabra atizar significa remover o alimentar el fuego para que arda más. La madera juega un papel muy importante a la hora de prender el fuego. Pero no hablamos de fuego para una parrillada, ni para un incendio. Es algo más personal, aplicado a nuestras vidas.
La Palabra de Dios nos dice en el Antiguo Testamento que Dios había mandado a los sacerdotes, que a la hora de hacer el sacrificio, el fuego sobre el altar debía estar encendido todo el tiempo, sin apagase.
Levítico 6:
8 El SEÑOR le dijo a Moisés:9 «Ordénales esto a Aarón y a sus hijos: Esta es la ley del sacrificio que debe quemarse completamente. El animal que se sacrifique se dejará sobre el altar toda la noche hasta la mañana siguiente con el fuego ardiendo. 12 El fuego del altar se mantendrá siempre encendido, nunca se dejará apagar. El sacerdote echará leña al altar cada mañana, acomodará al animal que se va a quemar y también quemará en el altar la grasa de las ofrendas para festejar. 13 El fuego debe permanecer siempre encendido sobre el altar; no debe dejarse apagar nunca (PDT).
La leña (madera) representa nuestra humanidad, porque le fallamos constantemente y es necesario ponerla ante el altar de Dios para ser quemada; entregarle nuestras debilidades, aquello que no hemos podido eliminar de nuestra vida y que sabemos que nos estorba. Una vez puesta en el altar, se consumirá toda la “grasa” y Dios no permitirá que el fuego de nuestra vida interior se apague.
La madera, también nos recuerda la Cruz del Calvario, donde Cristo llevó todos nuestros pecados. Necesitamos volver a esa Cruz todos los días, para limpiarnos de la contaminación del pecado y permitir que Su bendita sangre los borre.
Tenemos el ejemplo de varios personajes bíblicos que levantaron un altar a Dios. Entre ellos están: Noé (Génesis 8:20); Abraham (Génesis 12:7); Isaac (Génesis 26:25); Jacob (Génesis 33:20); Moisés (Éxodo 17:15).
¿Cuál es la importancia de levantar un altar?
Como cristianos, es lo más importante que debemos hacer. Si realmente le hemos entregado nuestra vida a Jesucristo y lo consideramos el Señor de nuestra vida, eso quiere decir que Él es el amo y jefe supremo de todo nuestro ser. El Señor Jesucristo se merece toda nuestra adoración. La adoración de nuestros días es diferente a como lo fue en el Antiguo Testamento, pues Cristo no había llegado a la tierra todavía, y por lo tanto, no moraba dentro del corazón.
Ahora, Cristo vive en los corazones de los que lo han recibido y la adoración es interna. El altar está dentro de nosotros, donde Él mora. Y así como era necesario que estuvieran atizando el fuego continuamente en el altar físico, sin dejar que se apague, nosotros también debemos “atizar el fuego” dentro de nuestro corazón para que el amor por Dios no se apague.
La adoración nos acerca y conecta con el ser supremo que TODO lo puede: nuestro amado Dios y el que ama nuestras almas. Al estar en Su presencia, todo nuestro ser es transformado. Empezamos a ver la vida, las personas, el mundo, lo terrenal, con otro matiz. Cambia nuestra manera de pensar, de sentir y hacer las cosas. Nuestras prioridades cambian. Nos aleja del pecado. Ocurre una explosión interna de gozo dentro de nosotros. Y ya no somos los mismos.
Toda relación de amor necesita una continuidad. Hay que trabajar en la relación para que el amor no se enfríe. Como humanos, tenemos la tendencia a que el amor se vaya desgastando por la rutina y porque otras cosas de la vida nos distraen y no prestamos la debida atención a esa persona especial. Siempre se requiere de un esfuerzo extra para “avivar” una relación, como por ejemplo, los detalles que uno tiene con la otra persona para que se sienta amada, y los momentos de intimidad emocional en la que se funden corazón con corazón.
Cuando se trata de Dios, con mayor razón, porque se trata del ¡DIOS VIVO! Quizás porque nuestros ojos físicos no lo ven, nos es fácil descuidar el buscarlo, orar, leer Su Palabra y recibir lo que Él tiene para darnos. Tenemos además, en contra de nosotros, al enemigo de nuestras almas como león rugiente tratando de devorarnos (1 Pedro 5:8); la maldad que hay en el mundo hace que nuestro amor se enfríe (Mateo 24:12); y la debilidad humana “Por eso te recomiendo que avives la llama del don de Dios que recibiste…” PDT(2 Timoteo 1:6).
Y cuando se trata de fuego, uno de los símbolos del Espíritu Santo es el fuego. Lo vemos en el libro de los Hechos de los Apóstoles, cuando el Espíritu Santo se manifestó a ellos en forma de fuego. (Hechos 2:1-4). Pidámosle al Espíritu Santo que nos llene cada día y que podamos ser testigos de Jesús en esta tierra.
Por eso, mientras haya tiempo… 6 Busquen al SEÑOR mientras haya oportunidad de encontrarlo; llámenlo mientras esté cerca. 7 Que el perverso deje de hacer el mal y el inicuo deje sus malos pensamientos. Que se vuelvan al SEÑOR, y así Él tendrá compasión de ellos. Que se vuelvan a nuestro Dios, porque Él es generoso para perdonarlos. PDT (Isaías 55:6-7).
Volvamos a nuestro primer amor con Dios, como cuando lo “conocimos” por primera vez, pasando tiempo de intimidad diaria con Él. Eso avivará nuestra vida, será mucho más rica y abundante. Viviremos en el gozo que sólo Dios nos puede dar.